Entre fogosos gemidos pudo divisar el horizonte. De pronto,
sintió como su pelvis, involuntariamente, empujaba hacia abajo y sus piernas
temblaban. Envuelta en una oleada de goce, su hija se deslizó sin dificultad
por su vagina a la vez que el sol se manifestaba. Ocho minutos de
sincronización entre ambos nacimientos como si fuesen setenta y dos años de un
orgasmo prolongado.
Maite Díaz Ortega