sábado, 27 de agosto de 2016

Ocho minutos de placer, ocho minutos de amanecer



Entre fogosos gemidos pudo divisar el horizonte. De pronto, sintió como su pelvis, involuntariamente, empujaba hacia abajo y sus piernas temblaban. Envuelta en una oleada de goce, su hija se deslizó sin dificultad por su vagina a la vez que el sol se manifestaba. Ocho minutos de sincronización entre ambos nacimientos como si fuesen setenta y dos años de un orgasmo prolongado.

                                                              Maite Díaz Ortega


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