Se
despertó desnuda en medio de aquel espeso bosque y estiró su
encogido cuerpo con ahínco. Lentamente, anduvo sintiendo la húmeda
tierra hasta detenerse en un claro dónde el sol la alcanzaba.
Mientras sus brazos se elevaban, sus pies se enraizaban en el
enfangado suelo, sus extremidades se endurecieron súbitamente. Le
brotaron hojas aciculares de sus manos. Finalmente, se dejó mecer
apaciblemente por el viento.
Maite Díaz Ortega
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