Se puso en pie mientras se metía el colgante en un bolsillo y se dispuso a andar hacia ningun lugar. Cuando llevaba horas andando se percató que no sentía apenas cansancio, tampoco sed ni hambre. Por el contrario, Lila se sentía más enérgica que nunca y decidió caminar más rápido y cada vez más hasta comenzar a correr. Era increíble, no se extenuaba, ¿qué me está sucediendo?, paseaba este pensamiento por su cabeza cuando de repente, Lila, en una zancada advirtió como su cuerpo levitaba en aquella inmensidad . ¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar? Observaba atónita a su alrededor aquel infinito desierto. Mirase donde mirase solo veía océanos de arena ondulando exquisitamente aquel cálido paisaje. Se sentía maravillada a la vez que desconcertada por la incertidumbre de no saber, entonces cerró los ojos y respiró profundo, hinchándose y desinflándose como un globo. Seguía respirando en calma cuando abrió los ojos y divisó algo en la lejanía justo enfrente de ella y hubiese jurado que antes no estaba allí. Parecía como si fuese una tormenta de rayos. Sin pensarlo, de un impulso Lila apareció en aquel lugar, como si se hubiese teletransportado. Se encontraba en medio de aquel arociris de luces, algunas de ellas la alcanzaban y la penetraban, cuando esto sucedía, ella se sentía plácida y se dibujaba una sonrisa casi picaresca en su rostro. Los rayos eran cada vez más frecuentes y más intensos, se pintaban colores brillantes que la tenían fascinada. Inesperadamente, algo parecía surgir de aquella tormenta rutilante. Las luces se orientaban por grupos, bajo la atenta y sorpendida mirada de Lila. También se observó a si misma que a pesar de estar viviendo semejante experiencia, seguía respirando profundo y se encontraba en calma. Delante de ella, se erigía una extraordinaria pirámide. Una puerta de grandes dimensiones la invitaban a entrar en aquel vetusto monumento. Sus manos acariciaban con suma delicadeza los ladrillos vidriados que, sobre un fondo azul coloreado con polvo de lapislázuli dibujaban una serie de leones, dragones y toros andantes enmarcados por ornamentos de gran simpleza geométrica. Empujó con todo su nuevo potencial adquirido, pero la puerta no se movió ni un poco. Repentinamente, Lila se acordó del péndulo que llevaba en su bolsillo y lo sacó sin saber muy bien para qué. Asombrosamente éste brillaba de forma vigorosa mientra lo sostenía dejándolo colgado sobre su mano izquierda, la cual había colocado intuitivamente, con la palma hacia arriba. Un cavernoso sonido emergió del interior anunciándole la apertura y Lila, resuelta, atravesó la puerta. Un ritmo catártico la invadió de pies a cabeza, sintiéndose instantaneamente purificada. En ese preciso instante supo que se encontraba en su propio desierto, a la entrada de su inherente alma. Respiró con profusa calma antes de sumergirse en sus profundidades, dispuesta a hallarse a si misma.
Maite Díaz Ortega
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