domingo, 19 de octubre de 2014

El aspersor que quería refrescar

Érase una vez un aspersor que yacía solitario en un deshidratado jardín. La hierba apenas conservaba sutiles matices del verdor que algún día lució, los árboles apenas podían respirar y su resquebrajadas ramas parecían pedirle al cielo que lloviese. De repente, el aspersor que estaba oxidado por el desuso, empezó a escuchar un extraño ruido que captó su atención. No sabía muy bien de que se trataba, lo cual provocó más curiosidad en él y decidió prestarle más atención aún. Poco a poco, aquel misterioso ruido se iba acrecentando haciéndose más fuerte y más fuerte en sus adentros, hasta tal punto que se le hacía insoportable. Parecía que iba a estallar, se sentía asustado y muy angustiado. ¿Qué era aquel horrible ruido? ¿de dónde procedía? ¿Y cómo en todo este tiempo jamás antes lo había escuchado?. Cuando todo parecía derrumbarse, un agradable soplo de aire le trajo el sonido del traqueteo de un tren en la lejanía. De pronto, el bocinazo de aquel tren le dio una sacudida de tal magnitud que todo ruido se desvaneció. Cuando todo estaba en silencio, el aspersor sintió como que algo dentro de él se movía y comenzó a sentir unas voces que más tarde identificó que venían de la hierba y de los árboles de aquel jardín. ¡Tengo sed!, gritaban todos al unísono. Fue entonces cuando se dio cuenta de que lo que siempre había querido hacer era refrescar la hierba y dar de beber a los árboles. Así que respiró profundo y movió algo dentro de él impulsando el agua que salía con fuerza. Con énfasis regó los miembros de aquel jardin del que él también formaba parte.
                                         

                                                                                                                                    Maite Díaz Ortega 

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