jueves, 16 de octubre de 2014

La puerta


 Se podía observar claramente el terror que habitaba en su mirada. Daniel lloraba desconsolado como un niño pequeño. El ruido invadía su cabeza arrancando profundos gritos de dolor que provenían de sus entrañas. Su cuerpo estaba paralizado por el miedo cuando una puerta se abrió y apareció Raquel, envuelta en una misteriosa y apaciguadora luz tenue procedente de un candil que sostenía en su mano. Ella se dirigió con paso firme hacia él y en un tono casi maternal le susurró al oído unas palabras que captaron la atención de Daniel. De repente, dejó de tener la mirada perdida y encontró su anclaje en los ojos de Raquel, el llanto cesó de un suspiro y sus brazos se entrelazaron dando lugar a una sensación en sus adentros que ya conocía y que, poco a poco,  comenzó a recordar.
 Unos instantes de silencio abrazados, a solas con sus respiraciones, fue más que suficiente para que la calma hiciera acto de presencia. El ruido de su cabeza se empequeñeció hasta desvanecerse. Antes de soltarse se miraron por última vez, se sonrieron y  Daniel tomó su candil, prendió su llama mientras Raquel le ofrecía nutrirse de la suya, se dio la vuelta y comenzó a andar decidido. Tomó el pomo en su mano, respiró profundo varias veces. Finalmente, atravesó la puerta.

                                                                                                                       Maite Díaz Ortega     


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